Sé lo que estás pensando: cabrón, hijo de puta. Lo sé porque siempre es la misma mirada de psicópata, la misma sonrisa de asesino. Sé que piensas que ésta será la última vez, al menos es lo que dices, -quizás sí que lo sea-. Sé que para ti no soy nadie, aunque supongo que algún día sí que lo fui.
Ya estoy harta de ti, de tus gritos, tus insultos, que a veces hacen más daño que los golpes y los moratones. Estoy harta de estas ojeras, de no dormir por las noches, de salir a la calle y escuchar el murmullo de los vecinos que son aún más hipócritas que nosotros. Harta de sufrir toda esta humillación.
Hoy puedes hacer lo que quieras conmigo, no te voy a dar el gusto de soltar un solo grito. Hoy vas a ser tú, el que te vas a lamentar.
Antes creía que la culpa era mía por no haber parado todo esto a tiempo, por haber mezclado, una vez, la pasión con la violencia -aquello fue un juego de dos al que yo hace tiempo que dejé de jugar sin que tu te hayas enterado-. Pero hoy lo tengo claro: aquí el único culpable eres tú, porque estás muy enfermo. Hoy ya no tienes ningún derecho sobre mí -nunca lo has tenido- y yo tampoco tengo ningún deber contigo.
A lo mejor hoy nos despidamos: tú de la vida; y yo de ti: hasta nunca. Quizás hoy lo haga, o quizás no, porque yo no soy como tú; porque sé que esa no es la solución.
Pero… ¿cuál es la solución? Seguro que no es la que estamos pensando.
(c) Por Gerardo Cañavate Saura.
1 comment:
Buen relato. Interesante giro para una historia que, por desgracia, siempre suele acabar de la misma manera.
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