30.6.08

Red Cammy, any given 1944 night

Su pelo era del color del fuego intenso.

Nuestros ojos se habían cruzado varias veces en medio de la muchedumbre, al final de la ceremonia. Tenía un rostro de una belleza serena y discreta que solo se encuentra en las peliculas de los años 40, pero al mismo tiempo algo en su forma de mirar de soslayo, con una sombra burlona en el borde de los ojos, me recordaba a la actriz Mimi Rogers.

El juego de miradas continuó en el banquete. Era un buffet con la gente deambulando libremente entre mesas con platos y bandejas, asi que hubo ocasión de volver a buscarla entre los asistentes. No era complicado, su pelo era la llama del faro en medio de la tormenta. En algun momento me aproximé a ella y pude confirmar auditivamente mi impresión inicial de su procedencia anglosajona.

La cena transcurrió entre largos periodos de ignorancia y puntuales busquedas de sus ojos. La distancia no me los hacía indistinguibles, curiosamente estábamos en extremos opuestos de la sala pero una vez localizada sin mayor problema su melena no costaba mucho que al cabo de un rato mis ojos estuviesen de nuevo tan clavados en su retina como un alfiler tratando de capturar eternamente la belleza efimera de una fragil mariposa. Se me ocurrían pensamientos como este de cursis porque como ya he dicho su belleza me transportaba a cualquier noche de hace 60 años.

Los contrayentes comenzaron a bailar el inevitable vals cuando yo conseguí hábilmente deslizarme hasta su desprevenida retaguardia. Sus amigas salieron a la pista acompañadas de sus respectivas parejas y ella se quedo sola, sosteniendo muy convenientemente un plato y una tacita de té. Eché en falta que en ese momento mi visión no perdiera la capacidad de ver en color. Si todo se hubiera tornado blanco y negro y en lugar de un joven con un portátil y una mesa de mezclas hubiésemos contado con una orquesta con sección de viento y cuerda la ambientación habría sido perfecta.

Cogí el plato y la taza de té de sus manos y las deposité en la mesa de al lado. En un correcto inglés la invité a bailar pero ella, terriblemente azorada, se negó. Miró a la pista, me miró de nuevo con sus ojos verdeazulados y me dijo que después. No sé como empezó una banal conversación en la que intercambiamos nuestros nombres, aclaramos si veníamos por parte del novio o de la novia y salí de dudas sobre su procedencia. Ante su sonrisa supe que era londinesa y que yo no era el primero que pensaba que su origen era irlandés. Tras el vals, la musica que sonó era imposible de bailar con cierta dignidad si no se tenía un determinado nivel de alcohol en sangre, y como no era el caso dejamos la cosa en ese punto y nos separamos.

Las conversaciones en lugares opuestos del salon de celebraciones continuaron y nuestras miradas continuaban cruzándose.

Mucho despues salí al jardin a llamar por el movil a un amigo que celebraba su cumpleaños esa misma noche y a cuya fiesta no podia asistir por obvios motivos de compromiso familiar. El jardín que rodeaba el lugar tenia un leve toque a parque romantico decimonónico, con un cuidadísimo cesped, parterres recortados, macizos de flores que dejaban sentir su aroma en el fresco de la noche, pequeños muros de piedra, fuentes y albercas con velas flotando en sus tranquilas aguas, algun banco de madera... y allí estaba ella, sentada en uno de esos bancos, sola.

Por un momento me ví desde fuera, rodado en 35 m.m., pelicula en blanco y negro, con una banda sonora de sección de cuerda que sonaba de fondo algo atenuada desde el interior de la fiesta, vestido con smoking, pañuelo en el bolsillo del pecho, con fino bigote en lugar de perilla, pelo engominado hacia atrás en lugar de rizado anárquicamente y en mi mano no un móvil sino un cigarrillo. Ella no necesitaba cambio alguno, de hecho su vestido si no en forma al menos en color y estampado podría haber sido aceptable en un acto social elegante y sofisticado de la Inglaterra de mediados de siglo XX.

Me acerqué hasta ella y desde una prudente distancia le pregunté si todo iba bien. Todo iba bien y fue a mejor desde ese momento, porque comenzamos a hablar y a contarnos cosas, a comunicarnos algo más aparte de las superficialidades que antes habíamos compartido. Curiosamente alternamos su inglés materno con el italiano que yo chapurreo pero entiendo casi a la perfección. Coincidencias de la vida, ella habia pasado su año como Erasmus en Padova, la ciudad de mi santo, San Antonio de Padua, que en realidad se llamaba Fernando y era de Lisboa, pero eso es otra historia. Santo Varón.

La noche avanzó, ella tenía frío y yo la acompañé al interior a por su abrigo, volvímos a salir y continuamos mezclando tres idiomas con total naturalidad, ella siguio regalandome unas miradas que hace decadas que no recoge una camara de cine y yo continue fascinado y casi a punto de mentirle y decirle que la noche siguiente partia a combatir en mi Spitfire de la Royal Air Force contra los malvados bombarderos de la Luftwaffe. Inglaterra no se rendirá jamás mientras en el pecho de nosotros, sus valientes oficiales, llevemos la fuerza que nos da el sabernos amados por mujeres bellas, de mirada intensa y un punto burlona y cabellos rojos como la pasion que compartimos. Por mujeres como Cammy, a quien tenía ante mí como se hubiese escapado de la bobina numero dos de una pelicula belica.

Antes de que el alba comenzase a despuntar y el sol me despertara del sueño nos despedimos. Le dije con un acento ingles forzadamente británico que había estado encantado de conocerla y que le agradecía los momentos que habiamos compartido esa noche. Ella sonrió y nos dimos un beso. Lo que no sabrá nunca es que con ella había viajado durante esas horas en el tiempo y que en el futuro, cuando recuerde esta noche, mi mente no volverá a este año y esta ciudad sino a una noche indeterminada de la Inglaterra de 1944.

(c) Por Antonio Rentero.

1 comment:

Anonymous said...

Y seguímos publicando vuestras aportaciones.

Hoy una buena historia de Antonio Rentero que, a mí particularmente, me gustó bastante la primera vez que la leí.

Una historia sobre una atractiva pelirroja y una ensoñación de época.

Saludos.