Quedaban doce horas para el fin del mundo, aunque él hacía tiempo que no tenía ningún tipo de conexión con la realidad... Todo comenzó un día hace dos años cuando la memoria le jugó una mala pasada y olvidó el nombre de la que había sido su compañera, su confidente, su amante durante más de treinta. Poco a poco fue olvidando y por no acordarse no recordaba ni como se llamaba, comenzó a olvidar cosas tan pueriles y livianas como el nombre de los colores, el de sus hijos... Un día llegó a cuestionarse, ¿qué estoy haciendo yo aquí?, ¿cuál es mi función real?; si bien eso ya se lo cuestionaba antes de comenzar a olvidar, en esta ocasión no encontraba ningún tipo de respuesta, ni de argumento con el que intentar responderla... El vocabulario se fue borrando de su memoria hasta que ésta quedó como un folio en blanco lleno de tachones y esbozos de lo que al parecer un día fue su vida... Ahora sólo quedaban doce horas para el fin de su mundo. Ese mundo que tardó cincuenta años en construir y tan sólo dos años en derruir. Allí se encontraba postrado en una cama rodeado de seres extraños que no acertaba a adivinar quienes eran. Seres extraños que no paraban de compadecerse a sí mismos. Así que cerró los ojos y cayó en un profundo sueño del que despertó doce horas más tarde empapado en sudor. |
(c) Por Gerardo Cañavate Saura.
2 comments:
La pregunta que le haría yo al autor: ¿Qué es sueño? ¿qué no?
Ahí está la gracia del asunto...
Un saludo.
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