30.6.08

Red Cammy, any given 1944 night

Su pelo era del color del fuego intenso.

Nuestros ojos se habían cruzado varias veces en medio de la muchedumbre, al final de la ceremonia. Tenía un rostro de una belleza serena y discreta que solo se encuentra en las peliculas de los años 40, pero al mismo tiempo algo en su forma de mirar de soslayo, con una sombra burlona en el borde de los ojos, me recordaba a la actriz Mimi Rogers.

El juego de miradas continuó en el banquete. Era un buffet con la gente deambulando libremente entre mesas con platos y bandejas, asi que hubo ocasión de volver a buscarla entre los asistentes. No era complicado, su pelo era la llama del faro en medio de la tormenta. En algun momento me aproximé a ella y pude confirmar auditivamente mi impresión inicial de su procedencia anglosajona.

La cena transcurrió entre largos periodos de ignorancia y puntuales busquedas de sus ojos. La distancia no me los hacía indistinguibles, curiosamente estábamos en extremos opuestos de la sala pero una vez localizada sin mayor problema su melena no costaba mucho que al cabo de un rato mis ojos estuviesen de nuevo tan clavados en su retina como un alfiler tratando de capturar eternamente la belleza efimera de una fragil mariposa. Se me ocurrían pensamientos como este de cursis porque como ya he dicho su belleza me transportaba a cualquier noche de hace 60 años.

Los contrayentes comenzaron a bailar el inevitable vals cuando yo conseguí hábilmente deslizarme hasta su desprevenida retaguardia. Sus amigas salieron a la pista acompañadas de sus respectivas parejas y ella se quedo sola, sosteniendo muy convenientemente un plato y una tacita de té. Eché en falta que en ese momento mi visión no perdiera la capacidad de ver en color. Si todo se hubiera tornado blanco y negro y en lugar de un joven con un portátil y una mesa de mezclas hubiésemos contado con una orquesta con sección de viento y cuerda la ambientación habría sido perfecta.

Cogí el plato y la taza de té de sus manos y las deposité en la mesa de al lado. En un correcto inglés la invité a bailar pero ella, terriblemente azorada, se negó. Miró a la pista, me miró de nuevo con sus ojos verdeazulados y me dijo que después. No sé como empezó una banal conversación en la que intercambiamos nuestros nombres, aclaramos si veníamos por parte del novio o de la novia y salí de dudas sobre su procedencia. Ante su sonrisa supe que era londinesa y que yo no era el primero que pensaba que su origen era irlandés. Tras el vals, la musica que sonó era imposible de bailar con cierta dignidad si no se tenía un determinado nivel de alcohol en sangre, y como no era el caso dejamos la cosa en ese punto y nos separamos.

Las conversaciones en lugares opuestos del salon de celebraciones continuaron y nuestras miradas continuaban cruzándose.

Mucho despues salí al jardin a llamar por el movil a un amigo que celebraba su cumpleaños esa misma noche y a cuya fiesta no podia asistir por obvios motivos de compromiso familiar. El jardín que rodeaba el lugar tenia un leve toque a parque romantico decimonónico, con un cuidadísimo cesped, parterres recortados, macizos de flores que dejaban sentir su aroma en el fresco de la noche, pequeños muros de piedra, fuentes y albercas con velas flotando en sus tranquilas aguas, algun banco de madera... y allí estaba ella, sentada en uno de esos bancos, sola.

Por un momento me ví desde fuera, rodado en 35 m.m., pelicula en blanco y negro, con una banda sonora de sección de cuerda que sonaba de fondo algo atenuada desde el interior de la fiesta, vestido con smoking, pañuelo en el bolsillo del pecho, con fino bigote en lugar de perilla, pelo engominado hacia atrás en lugar de rizado anárquicamente y en mi mano no un móvil sino un cigarrillo. Ella no necesitaba cambio alguno, de hecho su vestido si no en forma al menos en color y estampado podría haber sido aceptable en un acto social elegante y sofisticado de la Inglaterra de mediados de siglo XX.

Me acerqué hasta ella y desde una prudente distancia le pregunté si todo iba bien. Todo iba bien y fue a mejor desde ese momento, porque comenzamos a hablar y a contarnos cosas, a comunicarnos algo más aparte de las superficialidades que antes habíamos compartido. Curiosamente alternamos su inglés materno con el italiano que yo chapurreo pero entiendo casi a la perfección. Coincidencias de la vida, ella habia pasado su año como Erasmus en Padova, la ciudad de mi santo, San Antonio de Padua, que en realidad se llamaba Fernando y era de Lisboa, pero eso es otra historia. Santo Varón.

La noche avanzó, ella tenía frío y yo la acompañé al interior a por su abrigo, volvímos a salir y continuamos mezclando tres idiomas con total naturalidad, ella siguio regalandome unas miradas que hace decadas que no recoge una camara de cine y yo continue fascinado y casi a punto de mentirle y decirle que la noche siguiente partia a combatir en mi Spitfire de la Royal Air Force contra los malvados bombarderos de la Luftwaffe. Inglaterra no se rendirá jamás mientras en el pecho de nosotros, sus valientes oficiales, llevemos la fuerza que nos da el sabernos amados por mujeres bellas, de mirada intensa y un punto burlona y cabellos rojos como la pasion que compartimos. Por mujeres como Cammy, a quien tenía ante mí como se hubiese escapado de la bobina numero dos de una pelicula belica.

Antes de que el alba comenzase a despuntar y el sol me despertara del sueño nos despedimos. Le dije con un acento ingles forzadamente británico que había estado encantado de conocerla y que le agradecía los momentos que habiamos compartido esa noche. Ella sonrió y nos dimos un beso. Lo que no sabrá nunca es que con ella había viajado durante esas horas en el tiempo y que en el futuro, cuando recuerde esta noche, mi mente no volverá a este año y esta ciudad sino a una noche indeterminada de la Inglaterra de 1944.

(c) Por Antonio Rentero.

27.6.08

La mala memoria

Quedaban doce horas para el fin del mundo, aunque él hacía tiempo que no tenía ningún tipo de conexión con la realidad...

Todo comenzó un día hace dos años cuando la memoria le jugó una mala pasada y olvidó el nombre de la que había sido su compañera, su confidente, su amante durante más de treinta.

Poco a poco fue olvidando y por no acordarse no recordaba ni como se llamaba, comenzó a olvidar cosas tan pueriles y livianas como el nombre de los colores, el de sus hijos...

Un día llegó a cuestionarse, ¿qué estoy haciendo yo aquí?, ¿cuál es mi función real?; si bien eso ya se lo cuestionaba antes de comenzar a olvidar, en esta ocasión no encontraba ningún tipo de respuesta, ni de argumento con el que intentar responderla...

El vocabulario se fue borrando de su memoria hasta que ésta quedó como un folio en blanco lleno de tachones y esbozos de lo que al parecer un día fue su vida...

Ahora sólo quedaban doce horas para el fin de su mundo. Ese mundo que tardó cincuenta años en construir y tan sólo dos años en derruir.
Allí se encontraba postrado en una cama rodeado de seres extraños que no acertaba a adivinar quienes eran. Seres extraños que no paraban de compadecerse a sí mismos. Así que cerró los ojos y cayó en un profundo sueño del que despertó doce horas más tarde empapado en sudor.

(c) Por Gerardo Cañavate Saura.

26.6.08

Local de moda

Es el local de moda.

El hilo musical es un coctel agitado demasiado deprisa de música funky con bombos, cajas y charles potentes por el que alguna de estas chicas no puede evitar mover instintivamente el trasero.

Es curioso ese movimiento involuntario, como si fuera un vestigio de antiguas danzas tribales... lo llevamos en los glóbulos rojos.

Quizá hay demasiada luz para mi gusto, aunque mi chica se mueve por aquí como pez en el agua. Recorre el local de un lado para otro al son de la música.

Reparo en la gente que me rodea: La mayoría son chicas jóvenes enfundadas en ropas apretadas que aún no saben qué significa ser mileurista y que se gastan la paga que les proporcionan sus padres, empujadas por el frenesí del local.

Aunque también hay otro tipo de seres pululando por aquí, hombres pre-cuarentones que pierden la mirada en los ceñidos escotes de las primeras.Veo un grupo de chicos de moderna apariencia que hacen que me sienta, por momentos, fuera de lugar. Veo mi imagen reflejada en uno de los espejos del local con mi chaqueta y mi apariencia de hombre-carpeta y me siento anticuado, aspirante a pre-cuarentón.

Mientras tanto cruzamos una zona distinta del local, veo tangas de mujer tirados por los suelos y comienzo a ponerme tenso mientras mi imaginación se dispara.

Las trabajadoras del local de moda son también más jóvenes que yo, pero su actitud es tan soberbia que sería capaz de solapar a la mía. Las veo currar a velocidades vertiginosas. El dueño del local las contrató bajo el fundamento de que para ese trabajo tan sólo se precisa poseer cuerpos bonitos, juventud y, de momento, escasas inquietudes.

Ha llegado la hora, tras un rato deambulando a través del local mi chica me arrastra hasta una zona más íntima. Hay varias parejas, de todas las edades repartidas a ambos lados de un interminable pasillo. Mi chica se sitúa tras una cortina y me invita a pasar junto a ella. Una vez dentro no duda en iniciar todo un striptease, trata de seducirme con sus cadenciosos movimientos y con su mirada.

Ahora sí que estoy tenso.

Me encanta ver caer sus cabellos cobrizos sobre su blanca piel, tras abordar un pequeño salto en el precipicio del cuello de su camiseta.

Puedo comprobar de un vistazo que, junto al compartimento tras el que ocultamos el cuerpo desnudo de mi chica hay alguien más. Veo unos bonitos pies desnudos tras la mampara que separa cada compartimento.

Mi chica solicita mi opinión: ¿te gusto así? sí, por supuesto que sí ¿y así? bueno, mejor antes...

La música no está tan elevada en estos "reservados" por lo que hay que llevar cuidado con los comentarios obscenos que puedan terminar en los oídos de otros. Se oye un suspiro al fondo, aunque parece un suspiro decepcionado.Cuando estamos en lo mejor de todo mi chica comienza a vestirse de nuevo y me insta con la mirada: vámonos.

Mierda.

Yo también suelto un decepcionado suspiro cuando compruebo que todo termina cuando la dependienta de Zara, con una sonrisa ausente (ya que no hay un sueldo que se la pague) pasa la tarjeta de mi chica para cobrarle 60 putos euros.

(c) Por Eric F. Luna

25.6.08

Moderna parábola laica

Era un matrimonio amigable, noble y honesto, y nunca habían tenido ningún problema con sus amigos, vecinos, ni con la sociedad.

Ella se llamaba María, era una ama de casa sincera, dulce y cordial, además de excelente esposa. Él era José (el primer Pepe de la historia), el cual poseía una empresa de carpintería, y todo el mundo lo conocía como un hombre gentil, trabajador, generoso y afable.

La estabilidad del matrimonio en general, y la comprensión de José en particular, fueron escrutados por un tedioso acontecimiento que María confeso a su esposo.

Había quedado embarazada una mañana mientras José se encontraba trabajando. Los hechos se produjeron cuando ella recibió la visita de un misterioso hombre llamado Ángel. El hijo fue concebido por obra y gracia de la inseminación artificial, no hubo acto sexual, por lo que le pusieron el apodo de “la virgen”.

José pensó en no pedir el divorcio ni deseo que su mujer abortase, y decidió que alumbrase a Jesús, así se llamaría el niño, cuyo nombre fue elegido por Ángel.

El nacimiento se produjo en un precario motel durante un viaje del matrimonio. La habitación carecía de luz, agua, teléfono, y televisión, además la única ventana estaba orientada a una pequeña granja, en la cual se observaba la presencia de un buey y una mula. La familia recibió la visita de los pastores de la granja y de tres monarcas, los cuales llegaron guiados por el GPS.

Sobre la infancia de Jesús se podrían contar muchas anécdotas, como aquella vez que se perdió en el museo cuando fue con sus padres a visitarlo, o cuando en el banquete de una boda civil encontró los toneles de vino.

De mayor se convirtió en el líder de un grupo de amigos, dicho grupo iba de pueblo en pueblo dando conferencias sobre la globalización, la investigación con células madre, el cambio climático…

El desenlace final de su vida comenzó cuando fue traicionado en el monte de los olivos mientras el grupo debatía sobre la evolución de la especie. Fue detenido por diferentes altercados públicos. Durante el juicio falleció, pero realmente sufrió un episodio de catalepsia, y a los tres días volvió a la vida.

(c) Por Águila.

23.6.08

No cabe

¿Cómo ha llegado tan rápido?

Es lo primero que he pensado cuando he visto el nuevo Fiat 500 rojo delante mío. Lo había dejado atrás hacía casi 10 minutos, tras pararme a su lado en la entrada de una rotonda. Dentro iba una guapa chica jóven, morena, con gafas de sol. Yo voy en moto, soy inmune a casi todos los males del tráfico, asi que era imposible que habiendo venido por el camino más corto y adelantando a todos los coches cuando se detienen en el semáforo correspondiente ahora ese cochecito rojo, tan mono, tan cuco, tan pequeñín... estuviera ahora delante mío en otro semáforo.

Claro, es que era otro. El mismo modelo pero con otra guapa chica jóven dentro. Esta vez rubia. Sin gafas de sol. Quizá más tierna, la morena de antes parecía más agresiva.

Inicia la marcha y voy detrás de ella, el callejón es estrecho y no me permite ponerme en paralelo para continuar mirándola con atención. De repente se detiene. Inicia la maniobra de aparcar en un espacio inexistente. Es la entrada de un garaje que ya se encuentra ocupada por un coche mal aparcado. Queda el espacio justo para ese Fiat 500 rojo si no fuera por la existencia de un pivote metálico negro de un palmo de grueso y dos de alto.

Por la acera, empujando un carretillo y vestido con un mono azul va un hombre moreno, de pelo rizado y bigote poblado, supongo que trabaja en la obra cercana, a mí me recuerda al gitano custodio de "Indiana Jones y la última cruzada" que le decía al héroe "Yo estoy preparado para morir, doctor Jones... ¿y usted?". Mira la maniobra incipiente con la misma extrañeza que yo. Intercambiamos una mirada tan cómplice como asombrada.

La guapa rubia sigue la maniobra. No ve el pivote, se lo tapa el propio coche.

-No vas a poder, tienes detrás un pivote como este - le digo mientras señalo un pivote parecido que hay en la acera contraria, donde sí puede verlo.

Me ofrece una mirada desvalida, un gesto casi de súplica, con su rostro de dulce sueño romántico de cualquier hombre que se vista por los pies.

-Entonces no me cabe, ¿verdad?

Niego con la cabeza, creo que mostrando una cierta decepción. Ella entiende y se marcha. Entiende que yo le decía que no, que no cabía. No entiende que le decía al mismo tiempo que también me daba pena que en mi vida no cabe hoy un sueño como el que ella representa.

(c) Por Antonio Rentero.

19.6.08

Círculos

Las preguntas sin respuesta son como charcas de lodo en mi alma mortal.

A veces se cubren y aparecen dispersas, crecen a su voluntad.

Y escribo.

Escribo tu nombre enredado en las letras,

mil pensamientos me abocan a ser sin sentir.

Intercalo tu H en ese dictado,

y aprendo de nuevo a olvidar,

lo que espero omitir.

Recuerdo mi sangre y un juramento,

las manos de barro,

la nieve y el mar,

el olor a mojado,

las viejas paredes,

un trozo de alma

y un cacho de pan.

Reitero.

Insisto y declino,

preguntas sonoras que acosan mi paz.

Y olvido.

Olvido y dimito,

renuncio a encontrar la respuesta.

Renuncio a olvidar.

La charca, el lodo, mi alma,

regreso a escribir,

ahora recuerdo,

ahora te ignoro,

ahora comienzo.

Principio.

Fin.

(c) Por Ana Aspid

18.6.08

Carta abierta a una amiga

Te escribo esta carta para pedirte que no te enfades conmigo por quererte sólo como amiga, que sólo desee verte ocasionalmente cuando yo lo prefiera. No me pidas una relación intensa y pasar todo el tiempo juntos.

Siempre he apreciado tu gran versatilidad para adaptarte al lugar donde te encuentres en ese momento, además de tu incansable e infalible presencia en los buenos momentos de todos los que están a tu alrededor.

Me gusta tu apariencia, ya vayas de morena o de rubia, y aunque resulte paradójico, también me gusta tu frialdad, te prefiero fría ante la vida que caliente.

Para ser sincero tengo que decirte que no me gustaría ser dependiente de ti, solo quiero estar contigo ocasionalmente, tampoco veo conveniente que cuando nos veamos pasemos extensos momentos juntos, debido que no llega a convencerme mi actitud cuando estoy a tu lado.

Otro motivo por no querer pasar mucho tiempo a tu lado es el sufrimiento que padezco el día posterior a nuestros encuentros, en ocasiones he llegado a arrepentirme de verte y pienso que sería mejor no volver a vernos.

Eres querida y odiada a la misma vez. Te acusan de no portarte bien con la gente, pero gracias a tu encanto no te faltará nadie a tu vera, porque te tienen como buena compañera para divertirse y para ser quien escuche las penas, contigo se puede pasar un momento de evasión de los problemas, también es cierto que estar a tu lado no deja de ser un bienestar superfluo y ficticio, porque pronto se diluye cuando no estás.

Nunca olvidaré tus besos en los momentos que hemos pasado en grupo, momentos de compañerismo rodeados de buena gente. ¡Hasta pronto!

P.D.
De tanto hablar de ti me apetece tenerte entre mis manos, de tener una cerveza...

(c) Por Águila.

17.6.08

De los malos

Sé lo que estás pensando: cabrón, hijo de puta. Lo sé porque siempre es la misma mirada de psicópata, la misma sonrisa de asesino. Sé que piensas que ésta será la última vez, al menos es lo que dices, -quizás sí que lo sea-. Sé que para ti no soy nadie, aunque supongo que algún día sí que lo fui.

Ya estoy harta de ti, de tus gritos, tus insultos, que a veces hacen más daño que los golpes y los moratones. Estoy harta de estas ojeras, de no dormir por las noches, de salir a la calle y escuchar el murmullo de los vecinos que son aún más hipócritas que nosotros. Harta de sufrir toda esta humillación.

Hoy puedes hacer lo que quieras conmigo, no te voy a dar el gusto de soltar un solo grito. Hoy vas a ser tú, el que te vas a lamentar.

Antes creía que la culpa era mía por no haber parado todo esto a tiempo, por haber mezclado, una vez, la pasión con la violencia -aquello fue un juego de dos al que yo hace tiempo que dejé de jugar sin que tu te hayas enterado-. Pero hoy lo tengo claro: aquí el único culpable eres tú, porque estás muy enfermo. Hoy ya no tienes ningún derecho sobre mí -nunca lo has tenido- y yo tampoco tengo ningún deber contigo.

A lo mejor hoy nos despidamos: tú de la vida; y yo de ti: hasta nunca. Quizás hoy lo haga, o quizás no, porque yo no soy como tú; porque sé que esa no es la solución.
Pero… ¿cuál es la solución? Seguro que no es la que estamos pensando.

(c) Por Gerardo Cañavate Saura.

16.6.08

No merece la pena

Fue toda una casualidad terminar entrando en ese último bar. Aunque a la larga no terminó siendo el último.

La excusa era tomarnos la última y deleitarnos con las neumáticas camareras, pero pronto todo se borró a mi alrededor. Había un grupo, media docena de chicas acompañadas de un chico. No podía dejar de fijarme en una de ellas. Vaqueros, zapatos negros, jersey negro, morena, gafas de pasta finas también oscuras. Sobre el pecho derecho tenía un pequeño girasol de tela. Cualquiera vería una chica normal. Puede que sólo yo percibiera su excepcionalidad. No sé porqué, pero lo sentía.

La veía sonreír y una parte de mi cerebro retenía esa imagen mientras en un rincón la conversación con mi amigo seguía en modo automático. Mi mirada y la de ella se cruzaron un par de veces. Veía algo especial en ese rostro, no sé el qué, pero no podía apartar mis ojos de ella, no podía dejar de contemplar sus expresiones.

Quiso, de nuevo, la casualidad que entabláramos conversación con dos chicas que acababan de llegar al bar. Yo procuraba situarme de manera que mientras manteníamos una serie de diálogos de tanteo pudiera seguir mirando a la chica del parche del girasol. Ocasionalmente seguían cruzándose nuestras ojos. La conversación con las otras dos chicas, mantenida por menos de la mitad de mi cerebro y por mi amigo en estado de gracia, progresaba y dejando atrás el embrión de toma de contacto y superado el estadio de mutua aproximación se adentraba sin solución de continuidad en la preparación de una noche conjunta de dobles parejas mixtas recién conexas.

Ella seguía teniéndome magnetizado.

Sus amigas comenzaron a recoger bolsos, chaquetas... abandonaban el local. No, no podía ser. ¿Qué hago? ¿Abordarla a la desesperada? ¿Cómo? Voy a hacer el ridículo más espantoso. Pero no podía quedarme ese sentimiento dentro.

Probablemente sería de nuevo la casualidad la que ordenó la salida de su grupo de amigas (y amigo) de forma tal que ella, la chica de sonrisa alegre y mirada tierna, se quedó rezagada.

-Perdona, espero que esto no te suene demasiado raro - fuí capaz de articular al abordarla. Ella me miró sin la expresión negativa que yo creía que iba a recibir - pero desde que entré en este bar no he podido dejar de mirarte. Sé que te sonará un poco como una locura, pero me gustaría conocerte. No me podría ir tranquilo esta noche a casa si no te lo hubiera dicho.

-Ahora no va a poder ser... nos estamos marchando ya.

-Ya... yo había pensado en vernos otro día.

-Bueno - comenzó con una voz suave - lo que me suena es muy sincero, y me halaga mucho... pero - y sonrió con cierta tristeza mientras recogía su chaqueta blanca - no merece la pena.

-No me digas eso.

-No, en serio, no merece la pena.

-Bueno, no serás tan mala...

-No... es que estoy a punto de casarme.

Giré sobre mis talones y di un golpe con las dos manos sobre la barra del bar, que estaba justo detrás de mi, en un gesto tan espontáneo como cómico.

-En ese caso - acerté a articular - enhorabuena... a tu futuro marido.

Esta sonrisa fue sólo para mí.

-Gracias.

-Sólo una cosa... ¿cómo te llamas?

-Ana.

-Ana... encantado - la así por los brazos y le dí los dos besos de rigor - Yo soy Antonio. Te deseo mucha felicidad.

-Gracias... mucha suerte.

Y se marchó con una sonrisa en los labios. La mía era de sabor agridulce.

La noche continuó. Mi amigo se marchó y me dejó con las dos chicas. Terminamos en un local cuya descripción se resume en la palabra antro. Puerta con mirilla, ambiente cargado, gente que entiende y gente incomprensible, relajación de costumbres, conversaciones reveladoras, sentimientos desnudados, atracciones confesas, encuentros y desencuentros, copas derramadas, rescate de no tan damiselas en no tanto apuro en cuarto no demasiado oscuro, aseos multirraciales con concurso de snowboarding nasal... dejé a una de ellas en su casa cuando los pájaros cantaban el alba, con el tiempo justo de pasar por mi casa, ducharme y cambiarme de ropa para ir al trabajo.

Comienza un día que nunca acabó y la misma idea sigue susurrándome su mensaje. Mereció la pena, Ana, mereció la pena decirte lo que pasaba dentro de mí. Que seas muy feliz.

(c) Por Antonio Rentero.

13.6.08

El don de los malditos

Esteban tenía un don. Pero a él le parecía una auténtica maldición. Era algún tipo de sexto sentido. Cuando estaba cerca de alguien que iba a morir, podía presentirlo. A veces ocurría inmediatamente. Otras veces pasaba más tarde; solía enterarse por casualidad, confirmando sus funestas premoniciones. Pero siempre terminaba ocurriendo.

Era una sensación realmente extraña. De repente, oía una especie de música que lo anunciaba. Se trataba de notas sueltas, de un tintineo muy breve. Era la melodía que emitían las almas agotadas de quienes iban a fallecer. Más pronto o más tarde, perecían.

La primera vez le pasó con su abuelo, que expiró mientras yacía enfermo en su cama. Esteban estaba a su lado cuando murió, pero no supo relacionar los sonidos que había oído en su cabeza con la muerte del anciano.

Con el tiempo, descubrió lo que le pasaba y aprendió a convivir con esa extraña capacidad precognitiva. Una vez fue el vecino de su madre, que tenía cáncer y sucumbió a la enfermedad la misma noche en que Esteban lo predijo. En otra ocasión estaba en un ascensor lleno de gente y una joven se desvaneció de pronto; todos pensaban que había sufrido una lipotimia, pero, antes de que le tomaran el pulso, él ya sabía que se trataba de algo más serio, tal vez un infarto.

A medida que se hacía mayor le sucedía con más frecuencia. La madurez, la edad, le hacía estar cerca de más adultos y la probabilidad de presentir una muerte crecía. Lo que más le dolía era presentir la pérdida de los niños. Y lo más curioso era que cada persona tenía su propia música; nunca se repetían las mismas notas.

Así transcurrió toda su vida, presintiendo con tristeza cómo morían los demás, hasta que un día escuchó los primeros acordes de su canción favorita. Después no sintió nada más.

(c) Por José Ángel Muriel González. (Síguelo también en http://www.elautor.com)

8.6.08

Las reglas del juego

Bienvenidos a El Arte Sano.
Las reglas son bien sencillas:

Una idea te ronda la cabeza. Las musas te soplan a la oreja. Pues bien, puedes cincelar esa idea hasta convertirla en un microrelato o en unos versos. También puedes dejarla escapar, pero sería una lástima.

Luego introduce tu escrito en un sobre y envíalo electrónicamente a elartesanoblog@gmail.com. No envíes relatos cortos que hayas pensado enviar a concursos o ideas que no deseas compartir. Todos sabemos que las ideas valen su peso en oro y que ciertos certámenes no aceptarán relatos ya publicados en algún soporte (p.e. electrónico) con anterioridad.

La filosofía de El Arte Sano es la de crear un cálido caldo de cultivo para la producción literaria. Podemos utilizar El Arte Sano de "pizarra" de pruebas o, simplemente, como un espacio donde compartir redacciones o esos folios que acaban copando el fondo de algún cajón.

El escrito debe:

-Estar firmado (con o sin seudónimo).

-Ser original.

-Tener un título.

-Estar enmarcado dentro de una categoría de este estilo: lo cómico, lo trágico, lo fantástico, lo erótico, lo terrorífico, lo poético...

Puedes añadir además la dirección de tu blog o web (en caso de tenerla).

¡Salud y suerte, artesanos!