16.6.08

No merece la pena

Fue toda una casualidad terminar entrando en ese último bar. Aunque a la larga no terminó siendo el último.

La excusa era tomarnos la última y deleitarnos con las neumáticas camareras, pero pronto todo se borró a mi alrededor. Había un grupo, media docena de chicas acompañadas de un chico. No podía dejar de fijarme en una de ellas. Vaqueros, zapatos negros, jersey negro, morena, gafas de pasta finas también oscuras. Sobre el pecho derecho tenía un pequeño girasol de tela. Cualquiera vería una chica normal. Puede que sólo yo percibiera su excepcionalidad. No sé porqué, pero lo sentía.

La veía sonreír y una parte de mi cerebro retenía esa imagen mientras en un rincón la conversación con mi amigo seguía en modo automático. Mi mirada y la de ella se cruzaron un par de veces. Veía algo especial en ese rostro, no sé el qué, pero no podía apartar mis ojos de ella, no podía dejar de contemplar sus expresiones.

Quiso, de nuevo, la casualidad que entabláramos conversación con dos chicas que acababan de llegar al bar. Yo procuraba situarme de manera que mientras manteníamos una serie de diálogos de tanteo pudiera seguir mirando a la chica del parche del girasol. Ocasionalmente seguían cruzándose nuestras ojos. La conversación con las otras dos chicas, mantenida por menos de la mitad de mi cerebro y por mi amigo en estado de gracia, progresaba y dejando atrás el embrión de toma de contacto y superado el estadio de mutua aproximación se adentraba sin solución de continuidad en la preparación de una noche conjunta de dobles parejas mixtas recién conexas.

Ella seguía teniéndome magnetizado.

Sus amigas comenzaron a recoger bolsos, chaquetas... abandonaban el local. No, no podía ser. ¿Qué hago? ¿Abordarla a la desesperada? ¿Cómo? Voy a hacer el ridículo más espantoso. Pero no podía quedarme ese sentimiento dentro.

Probablemente sería de nuevo la casualidad la que ordenó la salida de su grupo de amigas (y amigo) de forma tal que ella, la chica de sonrisa alegre y mirada tierna, se quedó rezagada.

-Perdona, espero que esto no te suene demasiado raro - fuí capaz de articular al abordarla. Ella me miró sin la expresión negativa que yo creía que iba a recibir - pero desde que entré en este bar no he podido dejar de mirarte. Sé que te sonará un poco como una locura, pero me gustaría conocerte. No me podría ir tranquilo esta noche a casa si no te lo hubiera dicho.

-Ahora no va a poder ser... nos estamos marchando ya.

-Ya... yo había pensado en vernos otro día.

-Bueno - comenzó con una voz suave - lo que me suena es muy sincero, y me halaga mucho... pero - y sonrió con cierta tristeza mientras recogía su chaqueta blanca - no merece la pena.

-No me digas eso.

-No, en serio, no merece la pena.

-Bueno, no serás tan mala...

-No... es que estoy a punto de casarme.

Giré sobre mis talones y di un golpe con las dos manos sobre la barra del bar, que estaba justo detrás de mi, en un gesto tan espontáneo como cómico.

-En ese caso - acerté a articular - enhorabuena... a tu futuro marido.

Esta sonrisa fue sólo para mí.

-Gracias.

-Sólo una cosa... ¿cómo te llamas?

-Ana.

-Ana... encantado - la así por los brazos y le dí los dos besos de rigor - Yo soy Antonio. Te deseo mucha felicidad.

-Gracias... mucha suerte.

Y se marchó con una sonrisa en los labios. La mía era de sabor agridulce.

La noche continuó. Mi amigo se marchó y me dejó con las dos chicas. Terminamos en un local cuya descripción se resume en la palabra antro. Puerta con mirilla, ambiente cargado, gente que entiende y gente incomprensible, relajación de costumbres, conversaciones reveladoras, sentimientos desnudados, atracciones confesas, encuentros y desencuentros, copas derramadas, rescate de no tan damiselas en no tanto apuro en cuarto no demasiado oscuro, aseos multirraciales con concurso de snowboarding nasal... dejé a una de ellas en su casa cuando los pájaros cantaban el alba, con el tiempo justo de pasar por mi casa, ducharme y cambiarme de ropa para ir al trabajo.

Comienza un día que nunca acabó y la misma idea sigue susurrándome su mensaje. Mereció la pena, Ana, mereció la pena decirte lo que pasaba dentro de mí. Que seas muy feliz.

(c) Por Antonio Rentero.

5 comments:

Unknown said...

Buena historia sobre amores imposibles. El óbice no le resta encanto a una situación en la que muchos se verán reflejados.

Un saludo.

aspid said...

a las buenas, yo, voy a meter las narices donde no me llaman, para no variar.

¿peco de imprudente si digo que al final del tema me ha parecido leer un eco de Sabina, Joaquin?

no del todo la forma, pero sí su vocabulario, sus juegos de palabras, esas cosas que el hace, ya sabes...

sácame de dudas ;)

ana.

estooo... otra ana.

mejor aspid.

Antonio Rentero said...

Bueno, casi lamento que no seas la Ana del girasol, pero igualmente seré atento y solícito contigo, y de hecho te animo a seguir metiendo las napias donde no te llaman.

Peca usted no de imprudente pero sí de alma elevada al advertir en mis humildes letras semejanzas con Sabina, ganándote con ello mi agradecimiento.

No soy admirador del cantante, aunque reconozco que sabe construir con su lenguaje una cierta poesia original y unas cadencias tan personales como intransferibles.

Es por ello que te agradezco la comparación, pq a pesar de que como digo no colecciono sus discos ni escucho sus canciones, por lo que creo que permanezco bastante ajeno a su posible influencia, cuando he oído algo de él he sabido reconocer su talento, y si a tí te parece que algo que yo escribo puede ser deudor de alguien capaz de convertir las letras de sus canciones en poesías no puedo más que decirte con agradecimiento que te pidas lo que quieras, que yo invito, que si ademas de sacarte de dudas hay que sacarte de copas te lo has ganado ;-)

PS Me encantan los gatos, oh gran Bastet. De hecho tengo dos, VanGogh y Pizarra.

aspid said...

pues mira sí, atento lo has sido un rato, además te leo en el final de un día bastante chapucero (la vida, que está mal hecha y va a su bola) y realmente has conseguido arrancarme una sonrisa con lo de las dudas y las copas.

Sabina no es cantautor, Sabina es directamente un poeta, feo, mu feo, pero poeta al fin y al cabo.

me alegra que no te haya influenciado, algo demostrará ;)

p.d. bastet es mi segundo nombre, aún no me he amoldado a él, puedes llamarme aspid igualmente. :)

Antonio Rentero said...

Razon de mas para incidir en lo reiterado, agradecimiento felino que por la distancia te envio interlineado en ronroneos de ceros y unos y opto por llamarte por la B, la A me recuerda siempre la triste muerte de la nariz mas bella del Nilo.