25.7.08

Un día te perdí

Un día te perdí; lo hice no se muy bien cómo, simplemente miré atrás, a los lados, y ya no estabas.

Puedo recordar tu risa, y la recuerdo de la misma manera que recuerdo tus enfados: vivos, pura y llanamente vivos. Incluso puedo acercar tu olor a mis sentidos, o el sonido de tu voz como si aún estuvieras presente. Algo me dice que no has muerto, y sin embargo... una llamada, sólo eso.

Sólo me queda una llamada telefónica que me explica qué, cómo y cuándo, y tu nombre ha pasado a ser un borrón en una lápida, frío y oscuro, como tú nunca fuiste.

Vuelven a caer las hojas de los árboles, no tras mi ventana; tras ella rebrotan verdes las hojas, y la primavera pretende pintarse de nuevo este año, pero a mí me es confuso discernir entre tanta pena. Me aboco al pasado, y humildemente, te abrazo.

Más que memoria me quedan tensiones, elásticas como el orgullo y pretéritas como el silencio, qué simple todo y a la vez qué absurdo.

Dejaré de existir me decías, y reías, consciente de que todo tiene un fin y de que la vida es siempre algo más escueta de lo que a la mayoría nos hubiese gustado, para nosotros mismos o para los demás.

Hoy he mirado atrás.

Me has obligado a hacerlo yo no pretendía volver allí, no quería volver allí sin ti, me gusta recordar los momentos y lugares como algo que podría volver a ser, no como algo que ha sido y que ahora tiene un agujero, un roto que no se zurce con un parche, una carencia atemporal.

No puedo evitar el preguntarme si el pasado deja de tener nombre cuando las imágenes que lo componen, se difuminan entre las del presente. Lo que había sido, ya no es, lo que estuvo ya no existe, y yo, que aún puedo mantenerlo, dejaré de estar.

Entonces sea cuando mueras realmente, y yo moriré después, cuando el borrón frío y oscuro de mi lápida deje de dolerle a alguien.

Ese día, el de mi muerte física no caerán las estrellas, ni nadie mas cercano a mí que yo mismo estará conmigo, pero el día que oníricamente no quede un vestigio de mí, entonces, y sólo entonces habremos muerto los dos.

Te recordarán porque yo te quise, y tantas veces las olas de la playa vengan a borrar tu nombre, tantas veces volveré a escribirlo en la arena, una y otra vez, desafiando en combate desatinado, lo que no tiene sentido.

Qué más puedo decirte, mi conciencia sabe que no te debo nada, que la deuda la contraigo ahora, pero no contigo sino con mi propia realidad, con la misma realidad que te hizo cerrar los ojos y con el tiempo que aún me queda para caerme de él.

-¿por qué hablas con los muertos?
-¡Porque no lo están mientras alguien los ame!

Tan sencillo como eso.

Tan sencillo como olvidar, tan legal como pretender que deje de doler. Pero no voy a hacerlo, rescataré tu nombre y dejaré que se me clave en el pecho, en los labios, en el alma, que cada gota de mi sangre contenga una pequeña parte de ti y que se derrame conmigo para que sigas viviendo.

Voy a leerte de nuevo esta carta, y quiero que me escuches bien, voy a leértela tantas veces como sea necesario, porque el día que alguien te llame y te diga que yo he muerto, quiero que recuerdes todas y cada una de sus palabras, quiero que las repitas en voz alta hasta el cansancio, que las sientas, que no me dejes morir, que hagas conmigo lo que yo hago con mis muertos.

Y entonces tal vez, y cuidado que digo sólo tal vez, de este modo yo consiga vivir en tu memoria para siempre, y tú, seas inmortal por haber amado.

(c) Por Ana Aspid.